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Estanislao S. Zeballos: un desierto para la nación Fermín Rodríguez
Princeton University

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Pueblo Avellaneda, Choele Choel (de una fotografía tomada por el Dr. Zeballos); Zeballos, Estanislao S.


Sus órdenes son mis deseos

Sin reparos, sin respiro, sin talento, Estanislao Severo Zeballos escribió en la estela que Roca dejó sobre el desierto gran parte de la historia y la geografía oficial de la Campaña, culminando el proceso que puso a disposición de la nación el espacio entero de la patria. En 1878, con apenas 24 años, Zeballos redactó por encargo de Roca La conquista de 15000 leguas, "como V.E. lo deseaba, para que pudiera ser leído por los miembros del Congreso, antes de terminar sus sesiones".(Zeballos 1878: 22)Roca necesitaba que el Congreso aprobara el presupuesto necesario para financiar la Campaña; Zeballos puso su fogosa pluma a su servicio, y en un mes, con fondos del Ministerio de Guerra, publica el libro que terminará acompañando la ida de Roca y de cada uno de sus oficiales al desierto. Panfleto ideológico, manual geográfico y apunte histórico, La conquista de 15000 leguas anticipa en la velocidad de su redacción la celeridad de la Conquista, que duró apenas tres meses. La rudimentaria prosa de Zeballos avanza sin demasiados escrúpulos narrativos entre datos del territorio, citas de viajeros anteriores, andanadas panfletarias en contra de los indios y encomios a la civilización y al progreso, encarnados en la figura de Roca.



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Julio Argentino Roca; Roca, Julio Argentino


Un año después, y esta vez con fondos propios, Zeballos viaja por primera vez por buena parte del territorio descripto en La conquista de 15000 leguas, ya conquistado por Roca. Con los apuntes, datos y observaciones que recoge durante esa expedición, Zeballos publica en 1880 Viaje al país de los araucanos. "Este viaje no es una misión oficial -aclara- Era la realización de mi deseo de conocer una de las comarcas más salvajes de mi país" (Zeballos 1880: 463) .



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Junta de los ríos Neuquén y Limay; Olascoaga, Manuel José


De la misión oficial de 1878 -el encargo de Roca- al cumplimiento del deseo de conocer, un año más tarde, los territorios conquistados, las condiciones han cambiado. A primera vista, pareciera que para Zeballos cumplir una orden no es lo mismo que cumplir un deseo. Pero la diferencia que introduce Zeballos entre cumplir una orden o responder al propio deseo es borrosa. "Sus deseos son órdenes", dice el que obedece a un deseo ajeno. Zeballos abandona las misiones oficiales cuando logra transformar las órdenes de Roca en sus propios deseos de conocer las regiones conquistadas. Según la nueva consigna, "sus órdenes son ahora mis deseos". Zeballos continua siendo uno de esos "soldados invencibles de la ciencia" (Zeballos 1878: 203), un geógrafo de la patria que marcha detrás de los ejércitos y ponen su deseo al servicio del dominio. Es así como, en 1872, cuando apenas contaba con 16 años de edad, Zeballos inicia la fundación de la Sociedad Científica Argentina, desde la que, como secretario, propuso y obtuvo un subsidio para Francisco P. Moreno que se proponía realizar un viaje de exploración a lo largo del río Negro hasta llegar a la Cordillera. En 1874, junto a otros jóvenes, fundó los Anales Científicos Argentinos, que luego se transformaron en 1876 en los Anales de la Sociedad Científica Argentina.


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Theodolite 'Hildebrandt' which belonged to Adolfo Doering and was used for geodesic measuring during the 'Desert Campaign' of 1879; Doering, Adolfo


Pero ahora nadie manda, porque en un orden civilizado todos mandan y obedecen a una razón de Estado, a un principio universal que regula y organiza el campo social de deseos y de satisfacciones, proporcionándoles un fin. Toda realización del deseo es social, y remite a un campo histórico-concreto específico. Por esta razón, salir al desierto en campaña militar o científica, obedeciendo órdenes o cumpliendo algún deseo, significa, a partir de ahora, responder a una voluntad colectiva que se realiza a través de sus representantes. Por eso Zeballos le dirige a Roca un brioso grito de aliento: como si hubiera visto alguna película de Hollywood sobre la conquista del Oeste, Zeballos le lanza a Roca, delegado de "una gran aspiración nacional", un cinematográfico "Go Ahead" (Zeballos 1878: 67).



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Retrato del General Roca en su carpa en los márgenes del Río Negro. Lo acompañan los generales Vintter, Teodoro García y Conrado Villegas; Roca, Julio Argentino


En una carta de 1875 dirigida a Francisco P. Moreno, a punto de emprender su primer viaje al Nahuel Huapi, Zeballos ya abusaba de esta afectada fórmula ("Go Ahead. Y que a la vuelta la celebridad y los brazos de sus amigos lo reciban efusivamente en su patria") A fin de cuentas, lo que empuja a Roca hasta el Río Negro no es un deseo personal y despótico, sino el flujo incontenible del progreso, que se vuelca sobre la llanura y encuentran sobre ella una superficie de inscripción.


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Valle del Río Negro; Olascoaga, Manuel José


La conquista es una máquina alimentada por los flujos de producción capitalistas, un eslabón más de la cadena modernista reconstruida por Zeballos:

Al canal de Suez, al ferrocarril americano interoceánico, a la perforación de las grandes montañas para dar paso a la locomotora, y a la red del telégrafo que ciñe los contornos del planeta, la República Argentina habrá añadido como obra fecunda del progreso sudamericano, la conquista de sus 15000 leguas de lozana tierra (Zeballos 1878: 23)
. De algún modo, la introducción de la conquista como el último eslabón de una serie técnica parece, al menos a primera vista, forzada, como si se tratara de un falso silogismo civilizatorio. La conquista, como máquina, ¿tiene la misma naturaleza que la construcción de canales, de vías ferroviarias o del telégrafo? Pero el gesto de Zeballos no es forzar la serie; tan sólo se saltea un par de pasos.


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First photographic camera with interchangeable lenses, owned by the Academia Nacional de Ciencias of Córdoba


Después de todo, la conquista es una máquina de máquinas, un complejo mecanismo socio-técnico que además de piezas tecnológicas como el rémington, el telégrafo, el ferrocarril ("la Sagrada Trinidad" que define David Viñas), la cámara fotográfica y el teodolito; que además del soporte logístico de los caballos y los fortines; acopla cuerpos y enunciados. Soldados, científicos e inmigrantes también forman parte de la difusa maquinaria social de un estado que, en busca de una nación posible, salía al desierto a concretar su anhelo de totalidad y de unidad territorial. El Comandante Prado describe este proceso como una "formidable avalancha de hierro" (Prado 1983, 133), volcándose sobre la pampa e inundando su superficie, obligando a los indios "a buscar, más allá de los grandes ríos australes, refugio para sus huestes desmoralizadas y deshechas". Por eso no hay metáfora cuando Zeballos compara la línea de frontera con una carreta: "las ruedas en ésta equivalen a los caballos en aquélla" (Zeballos 1878: 357).


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Expedición al Río Negro, abril de 1879; Pozzo, Antonio


Carreta-caballo-línea de frontera son palabras y cosas que el género pone en contacto, una máquina lenta, fluida, imperfecta, avanzando lentamente hacia el sur; un complejo dispositivo alimentado por nuevas fuerzas de producción que tienden hacia el límite, hacia el Río Negro, frontera exterior de la patria. En este movimiento, coincidirán el pesado aparato territorial del estado-nación y la velocidad del capital: los dos tienden hacia lo más lejano, hacia el Río Negro; los dos, al mismo tiempo que avanzan hacia el límite, no dejan de rechazarlo: el capital, porque no deja de reproducirse; la nación, porque no deja de universalizarse a partir de su particularidad. Las posteriores campañas militares científicas de Conrado Villegas (1881) o del perito Francisco P. Moreno, que corren el límite al sur del Río Negro, prolongan este proceso de producción ambivalente, que no deja de poner límites para cruzarlos. Los senderos se bifurcan cuando la patria encuentra su límite territorial en el extremos sur del continente, mientras que el capital -en una economía exportadora de materias primas- sigue fluyendo. En 1907, desde ese límite, el Comandante Prado se resigna a aceptar los confines de la patria:
La República había suprimido el desierto, y sus dominio se extendían, sin barrera que los cortase, hasta el extremo de Cabo de Hornos, en donde si la patria concluye es porque Dios no quiso hacer más grande el Continente (Prado 1983: 135).

Un desierto para la nación

Los flujos de hombres, de capitales, de saberes, de tecnologías, siguen su tendencia expansiva, y el desierto, una vez vaciado de indios, no tiene demasiados obstáculos que oponer. En el interior de este mecanismo complejo, las órdenes de un militar a su subordinado, las órdenes de un científico a la vida y las órdenes que un moralista se da a sí mismo, nadan en una sola y única corriente de producción, que arrastra el orden social fuera de sus límites para volver a establecerlos sobre el río Colorado. Cuando la nación desata su frontera interior, avanza hasta tocar su límite exterior, y vuelve a rehacer sus fronteras, interiorizando su afuera, el estado latente, que había permanecido agazapado en un recodo del Río de la Plata, se constituye como tal. Una enorme inversión ha tenido lugar. Recuerda el Comandante Manuel Prado, en La guerra al malón, que en 1877 "el desierto empezaba ahí no más, a cuarenta leguas de la casa de gobierno" (Prado 1983: 47). Sólo cuarenta leguas -es decir, doscientos kilómetros- separaban el Estado de una precaria línea de fortines. Las sucesivas campañas de Mitre (1855), Alsina (1862) y Roca (1880) son pasos progresivos en la represión de esa frontera interior, que amenaza desde adentro la posibilidad de definir una identidad nacional estable. De la guerra defensiva a la ofensiva, la orientación de la fuerza y el sentido de los flujos ha cambiado. Durante la guerra defensiva el estado quedaba a espaldas del ejército, como una frágil construcción, precariamente estabilizada, que había que defender de las olas nómades que el desierto lanzaba sobre los débiles muros de la civilización. La amenaza no sólo venía del desierto. La anarquía impedía terminar de constituir un orden institucional estable, condición necesaria para la conquista. Escribe Zeballos en Callvucurá :

Para internar y sostener fuertes divisiones en los senos lejanos del Desierto debía el Gobierno Nacional dejar a retaguardia una nación compacta y en paz, y en toda la República se sentía el hervor de los elementos vencidos, pero no aniquilados de la anarquía (Zeballos 1884: 132).



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Territorio de la Patagonia. Plano de la Sección Primera; unknown


Hasta que sobreviene un enorme reflujo: la pacificación de la nación permite que nuevas corrientes de capitales, de nuevas tecnologías y de inmigrantes desborden la delgada línea de fronteras y se diseminen sobre la llanura. La gran maniobra de Roca ha sido entonces desplazar el eje geográfico y político ciento ochenta grados. En efecto, la nación -la idea de nación- como totalidad y completud, queda ahora al frente del ejército, como una meta a la que adecuarse o un fin a conquistar, que atrae los movimientos y regula la experiencia del espacio. Había que ponerle fin al desierto, esto es, darle forma. Pensar el territorio como límite, como espacio liso legalmente delimitado sobre el que el estado ejerce su soberanía, supone la búsqueda de una forma, de una unidad cuyas partes se ajusten a un todo. Si el problema del paisaje romántico es recoger dentro de sus límites lo ilimitado, la delimitación del territorio representa un problema inverso: como producir límites a partir de un infinito en el que la mirada se pierde.


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Croquis de la frontera que guarnece la Segunda División; Brandsted, Jorge


La posibilidad de pensar un estado moderno depende entonces de ese giro crítico de Roca: la idea de estado ya no se sitúa detrás de la experiencia, como un fundamento al que el género se refiere a cada paso; sino por delante, como principio regulativo de un proceso que se despliega gracias a ese horizonte de reglas que la escritura pone ante sí, como señuelo del deseo. En este sentido, las aspiraciones colectivas y personales -las órdenes de Roca y los deseos de Zeballos- coinciden en un mismo y único estado del deseo: el deseo de estado-nación, un horizonte político y geográfico de unificación y totalización de los movimientos nómades, que proporciona un fin, un objetivo trascendente a aquello que se halla desprovisto de intenciones, esto es, el orden colectivo y continuo de producción de lo real.




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Paso Alsina; Olascoaga, Manuel José


El corpus orienta y canaliza una red múltiple de intenciones personales y colectivas que encuentran en la llanura un espacio de realización y de unificación, una superficie concreta donde crece la idea civilizada de un estado posible, como límite englobante, dado de una vez y para siempre. Roca da, literalmente, el primer golpe de estado, porque el Estado, como comunidad de fines, como sistema en el que las partes se ajustan a la unidad de un todo, se da de golpe. El antiguo sistema español de frontera, que los sucesivos gobiernos patrios mantuvieron, respondía al movimiento progresivo de líneas artificiales sucesivamente ganadas al indio. Partes extra partes, la civilización avanzaba de línea en línea, de objetivo en objetivo, por el laberinto de un solo plano de la llanura. Pero en el plan de Roca de avanzar la frontera hasta encontrar su límite más extremo, la totalidad conquistada por la vertiginosa campaña sustituye la moderación del cauteloso y costoso avance de la guerra defensiva.

Deleuze, desplazando el concepto de estructura, lee en esta formación una paradoja, que denomina paradoja de Robinson,

porque es evidente que Robinson en su isla desierta no puede reconstruir un análogo de sociedad si no es dándose de una vez todas las reglas y leyes que se implican recíprocamente, aún cuando todavía éstas no tengan objetos. Por el contrario, la conquista de la naturaleza es progresiva, parcial, parte a parte (Deleuze 1989: 68).
De un lado, entonces, la totalidad social de reglas jurídicas, políticas, económicas, de parentesco, que una sociedad se da a sí misma; del otro, la conquista progresiva de la naturaleza, que depende del estado del despliegue de las fuerzas de producción. Entre la totalidad político-económica y el carácter parcial del saber técnico, se abre un campo de maniobras en donde opera el reformista, el dictador y el revolucionario. El primero -un tecnócrata como Zeballos, cuyo saber prepara el terreno para un ejército conquistador de soldados y agricultores- propone ajustes graduales de la sociedad en función de las adquisiciones técnicas; el segundo -un estadista emprendedor como Roca- cierra la brecha de un salto, al forzar la coincidencia entre los dos órdenes. "Por eso el tecnócrata es el amigo natural del dictador", concluye Deleuze. A diferencia de ellos, el revolucionario vive en y de la distancia que separa al estado de las fuerzas de producción de la totalidad social.




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Conquista del Desierto, Fortín División


Pero el desierto no sólo le proporciona a la nación el soporte territorial necesario para trazar sus límites geográficos, también le sirve para la figuración de un vacío, de una carencia organizada colectivamente por un grupo, que la constitución del estado vendría a reparar. De golpe, al cuerpo lleno de la tierra, en tanto unidad primitiva y salvaje de producción -realidad primaria de la naturaleza y del hombre-, le falta algo: un estado. El estado es entonces lo que le falta al desierto, lo que el desierto no tiene: una unidad trascendente superpuesta a la unidad inmanente de la tierra. El deseo de estado está determinado entonces por la producción previa de un vacío imaginario -la identificación de la pampa con un desierto- que, en un segundo momento, deberá llenarse. Antes de que la nación para el desierto argentino pueda concretarse, es necesario crear un desierto argentino para la nación. El corpus del desierto tiene entonces una función doble: primero, lleva a cabo una sustracción territorial que vacía el espacio de sujetos, de voces, de historia; para entonces, en segundo lugar, desprender de ese vacío un deseo de estado-nación que introduzca un horizonte de fines, de metas, de objetivos que cumplir.

Esa carencia justifica la conquista y naturaliza un proceso artificial, un modo de dominación del espacio y de los cuerpos que lo habitan basado en la producción de vacío, que alcanzará con el latifundio su grado más alto de perfección.



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Chimpay; Olascoaga, Manuel José


El desierto no es entonces el enemigo del estado, no se opone a él como la nada al todo; por el contrario, es un efecto del estado, resultado de un cálculo que introduce la escasez en el corazón mismo de la barbarie. Inyectada y propagada la falta, el estado produce consumos como forma de dominación. Zeballos toma como ejemplo a la naciones imperiales, que buscan
atraer a sus grandes centros de progreso a los bárbaros principillos de Africa y de Asia, deslumbrándolos con el pomposo espectáculo de la civilización y del poder e infundiéndoles ambiciones ardientes y deseos tentadores que les eran desconocidos (Zeballos 1878: 331).
Las nuevas ambiciones y deseos que señala Zeballos no se apoyan en una necesidad previa, sino al contrario, son el deseo y su poder los que producen la necesidad. Allí donde el malón representaba un modo inmediato de satisfacción del goce, el "espectáculo" civilizatorio del consumo crea un lazo basado en el endeudamiento y la alienación, según un nuevo modo de producción que esclaviza y domina por medio de la fundación de la carencia allí donde no faltaba nada.

El corazón de las tinieblas




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Indios patagones; Panunzi, Benito


Bajo la severa mirada de Zeballos, el desierto se convierte en un organismo peligroso, cargado de una vitalidad enfermiza y contagiosa, refractario a los poderes y saberes disciplinarios. La soledad y las enormes distancias corroen cualquier orden, conspiran contra cualquier intento de ocupación regular del tiempo y del espacio, relajan cualquier forma de sujeción. Los movimientos turbulentos del desierto impiden que el poder y el saber disciplinario puedan hacer pie sobre un espacio fijo, recortado, mensurable, desde donde vigilar y analizar el territorio. La precaria barrera de fortines, por ejemplo, apenas puede detener los flujos bárbaros que se cuelan a través de las frágiles empalizadas y deshacen el débil tejido disciplinario que a duras penas se mantiene en su interior. Enclave disciplinario del cuerpo del soldado, punto de vista sobre el territorio, el fortín, "cuya vida es horrible para el hombre en el aislamiento y en medio de la salvaje monotonía del desierto", es incapaz de resistir la naturaleza infernal que lo rodea. Su carácter poroso y abierto "produce la desorganización de las mejores tropas, la corrupción y la deserción" (Zeballos 1878: 329).

Al espacio limitado, que distribuye hombres en un espacio cerrado, el desierto opone la distribución nómade sobre un espacio abierto. Los nómades siguen los flujos, se desplazan junto a ellos, sin apropiárselos:



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El cacique Coliqueo y su familia; Panunzi, Benito


El territorio imponía [la] dispersión. Si alrededor de una lagunita se ven dos toldos, y diez en una cañada más lejos, y doscientos o quinientos en treinta leguas a lo largo de un viejo río, si se encuentra la población así salpicado sobre el gran tablero, de suerte que para recorrerla es menester dar a derecha o izquierda los saltos del caballo, es porque cada cacique o capitanejo se instalaba con su grupo, en el oasis, es decir, donde había pasto y agua proporcionados a sus necesidades (Zeballos 1881: 509).
La distribución del espacio nómade va siguiendo la producción del suelo, como un líquido que inunda un plano. Las tolderías se levantan junto a un río, a un bosque, a un monte; ocupan el espacio sin medirlo -en lugar de medirlo para habitarlo, según un principio de orden razonable. La difusión de la tribu en el espacio no sólo la convierte en un blanco difícil de batir, también impide que un poder central capture y organice sus relaciones.

Como geógrafo del Estado, Zeballos no se somete a los flujos. Su mirada trata de dominarlos, codificándolos por medio de cálculos, tablas y representaciones cartográficas. En sus exaltadas bravatas, la naturaleza exuberante y rebelde del desierto se prolonga en la turbulencia del cuerpo de los nómades o en la indisciplina del soldado, dos modos de expresión de una sola y misma potencia infernal que se afirma e inscribe en ellos y por ellos. Al igual que el indio, la pampa es un cuerpo para estudiar, vigilar y castigar con rigor. Por eso su alegato geográfico constituye una anatomía de la pampa, un relevo de un cuerpo infernal e indómito al que había que aplacar por medio de la aplicación de instrumentos civilizatorios sobre puntos precisos de un territorio que, derrotado por las armas de precisión, se percibe como un cuerpo muerto:

Era necesario hacer su autopsia a la luz de la ciencia, para conocer aquella organización infernal de la naturaleza del desierto, que parecía rechazar la vida civilizada, produciendo la muerte a su contacto, como las corrientes eléctricas que se chocan para lanzar el rayo (Zeballos 1878: 245).



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Sección antropológica, sala 1 (lámina 7); Moreno, Francisco Pascasio


Sólo como cadáver el desierto entrega sus secretos a un saber que produce un objeto sin vida. Cuerpo enfermo y contagioso, afectado de extensión según el diagnóstico clásico de Sarmiento, el desierto debe morir violentamente para que la pinza militar y científica desgarre sus superficies, analice los restos y archive su patología en la historia clínica del cuerpo de la nación. Despojado de la vitalidad que agitaba su superficie, la pampa se representa como naturaleza muerta. La Conquista ha desconectado la corriente que prolongaba la turbulencia del paisaje en el cuerpo indómito de la barbarie, cuyos movimientos imprevistos seguían, afirmaban y multiplicaban los flujos nómades lanzados por el espacio. El Viaje al país de los araucanos de Zeballos se convierte entonces en un tenebroso paseo entre cuerpos inmóviles y sin vida. Feroz y autoritario, sujeto de un saber más cercano al dispositivo enunciativo de la Inquisición que al del positivismo, el soldado de la ciencia lanza fanáticas invectivas, que acercan su ciencia a la religión: "La Barbarie está maldita y no quedarán en el desierto ni los despojos de sus muertos" (Zeballos 1881: 228).


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Anatomía indígena; unknown


Ante la mirada incómoda de sus hombres, Zeballos profana cementerios indígenas, en busca de cráneos para su macabra colección -que ya cuenta con los cráneos de Calfucurá y de Mariano Rosas, exhumados por Levalle y Racedo durante la Campaña (en junio de 2001, el cráneo de Mariano Rosas, que se encontraba en las vitrinas del Museo de Ciencias Naturales de la Ciudad de La Plata, fue restituido a su familia ranquel). Para Zeballos, la persecución de la raza y la conquista de sus tierras por parte del ejército, tienen su correlato en el científico que lleva los cráneos de los indios a museos y laboratorios (la colección de Zeballos se encuentra hoy en el Museo de La Plata). Con la exhibición ejemplar de la muerte infligida a su otro, el Estado que encarna Zeballos pone en escena su soberanía sobre la vida y la muerte de aquellos que desobedecen sus órdenes. Templo civilizatorio, el museo traza la genealogía del Estado, que se constituye como tal en el poder de ajusticiar.


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Sección Antropológica; Lehmann-Nitsche, Robert


El fin del género

El viaje de Zeballos repitió la trágica Campaña de Roca, pero con tono de farsa. Cuando pasea, con tono marcial, entre fortines en ruinas o entre tolderías abandonadas, su gesta tiene algo de quijotesco. Como representante de un género que ya no encuentra sobre la llanura un mundo que se le asemeje, Zeballos marcha por una realidad estetizada, convertida en signo. Sus hazañas son forzadas, indirectas, irrisorias, pruebas insuficientes de la verdad contenida en la letra muerta del corpus. Acostumbrado a obedecer, el género, que dicta los pasos de Zeballos, le ordena testimoniar alguna aventura heroica, afrontar y sobrevivir a algún peligro. La invención de los héroes depende de esa clase de acontecimientos, de esos puntos singulares donde lo universal de un concepto -heroísmo, abnegación, coraje- precipita en una experiencia singular e irrepetible. Pero Zeballos pasea por un paisaje en ruinas, donde los guerreros fueron exterminados o desarmados, y los sobrevivientes, obligados a huir. Sin embargo, el peligro persiste, aunque notoriamente desplazado: "El enemigo es pequeño, pero mucho más serio de lo que parece" -se justifica Zeballos. Módicas, aunque no por eso menos dolorosas, Zeballos exhibe sus heridas de guerra: "Hace ocho meses que regresé del desierto y aún conservo las cicatrices en las manos". Después de todo,

¿Quién resiste al aguijón de los tábanos, zancudos y gegenes? (...) Apenas sienten al viajero o al animal, se levantan formando verdaderas nubes, y se instalan sobre sus cuerpos, constituyendo una columna vertical de algunos metros y que se oye zumbar amenazadora (Zeballos 1881: 191).
Zeballos habita entre enunciados fantasmas, entre voces separadas de cuerpos ya muertos que la máquina de la conquista va abandonando detrás de él, como piezas gastadas por el uso. Las palabras han perdido todo su espesor, y vagan ahora sin rumbo, en ausencia de un mundo de seres visibles que las llenen. El género resuena ahora entre las ruinas de un teatro vacío, abandonado por sus actores: se ha vuelto ley abstracta. Pero Zeballos no va a renunciar fácilmente a ese tono de gesta, a ese deseo de aventura forjado a lo largo de lecturas, anécdotas, incluso viajes de su infancia. Fiel a la galería de representaciones proporcionadas por el género, va en busca de lo que ya sabe, y lo encuentra en cualquier lado, en enjambres de insectos furiosos o en otros "enemigos formidables" (Zeballos 1881: 232) como los perros cimarrones, menos entre los indios. A falta de peleas con indios que ya no existen, Zeballos dramatiza el ataque de un malón de tábanos. En sus huecos enunciados se puede escuchar todavía los tonos de la guerra: "Su pescuezo y su cara y la palma de su mano, eran la miniatura de un campo de batalla, donde solamente se veían asaltantes, cadáveres y sangre" (Zeballos 1881: 192). Como buen turista, confirma sus percepciones, ve lo que quiere y lo retiene en imágenes para coleccionar. Lo que queda de la guerra -el clamor de la lucha, el horror de los cuerpos moribundos al amanecer, agonizando sobre el campo de batalla- está retenido apenas allí, en unos pocos centímetros cuadrados de piel, un paisaje en miniatura que recuerda a esas pequeñas bolas de vidrio en cuyo interior, nieva sin parar.


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Choyque-Mahuida, codo de Chiclana; Olascoaga, Manuel José


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    Bibliografía

  • Aliata, Fernando y Silvestri, Graciela. 1994. El paisaje en el arte y las ciencias humanas. Buenos AiresÑ Centro Editor de América Latina
  • Comandante Prado. 1983. Guerra al malón. Buenos Aires: Kapelusz.
  • Anderson, Benedict. 1997. Comunidades imaginarias. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Deleuze, Gilles. 1989. La lógica del sentido. Barcelona: Paidós.
  • Foucault, Michel. 1992. Genealogía del racismo. Madrid: La Piqueta.
  • Moreno, Francisco P. 1979. Reminiscencias de Francisco P. Moreno. Buenos Aires: Eudeba..
  • Zeballos, Estanislao S. 1879. La conquista de 15000 leguas. Buenos Aires: Hachette, 1958.
  • Zeballos, Estanislao S.1881. Viaje al país de los araucanos. Buenos Aires: Anaconda, s/f.
  • Zeballos, Estanislao S. 1884. Callvucurá. Painé. Relmu. Buenos Aires, Elefante Blanco: 1998.

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